domingo, 14 de septiembre de 2014

Uno más uno

El uno es un número. Nada más. el 10 otro y el 100 otro distinto. No significan nada.

Aunque no estemos aquí para contar, vamos a echar unas cuentas.

Todo esto empezó con el número 2. Dos personas que no solo se querían, si no que querían quererse, y por eso hicieron lo indecible para estar juntos. 

Sigamos contando. 

Ese número 2 es especial. Voy a demostraros, sin cantar a Fran Perea, que uno más uno no son dos. Uno más uno es más de mil. Cientos de rezos diarios, miles de telediarios, de personas queridas e historias perdidas. Cientos de miles de historias pasadas, presentes preciosos y futuros hermosos. 

Pero uno más uno no son cientos de millares.

Uno más uno es igual a invitar a 39 personas a comer a tu casa.
Uno más uno es 7 hijos, 27 nietos y todos aquellos que no son familia pero sí, son familia.

Uno más uno se acerca más a infinito que a dos. Pero no, hoy uno más uno tampoco es infinito.

Uno más uno no siempre es un número. Uno más uno es amor, es amistad, es educación,  respeto,  enfados y reconciliaciones, ocupaciones, preocupaciones y rezos. Muchos, muchos rezos.

Uno más uno es querer sin querer. Es querer sin proponértelo. Querer contar y que te cuenten. Uno más uno es formar parte de algo. Uno más uno soy yo, y el de mi derecha.

Hoy uno más uno no son dos.

Hoy uno más uno es oro. El oro son años de dedicación a otro y a otros. Es querer a Dios, a tu familia y a tus amigos más de lo que nadie pueda imaginarse nunca, más de lo que cabe en dos personas.

Porque ha quedado claro que uno más uno no pueden ser dos.

Hoy uno más uno es 50.

Feliz 50 aniversario, abuelos.


martes, 9 de septiembre de 2014

Un hotel de quince estrellas.

Sé que he estado parado bastante tiempo con esto del blog, pero ya podéis dejar de llorar, porque aquí me encuentro de nuevo. He de decir que el parón no ha sido por no escribir, sino porque estoy dedicando más tiempo a escribir algo más largo que una entrada, pero ya se verá hasta dónde soy capaz de llegar.

Lo más típico del mundo sería escribir ahora sobre la vuelta a la rutina, las clases, los madrugones y los reencuentros. Lo siento mucho, yo llevo todo el verano de rutina, trabajo y madrugones, solo tengo los reencuentros, que en la universidad se hacen menos deseables, así que no voy a rayar el tema.

Tranquilos que tampoco voy a contaros mi verano trabajando tras el cual tenía siete días nada más para irme a la playa y no lo hice, o cómo tenía que bajar todos los días desde un pueblo de Madrid para ir a trabajar, llegando a estar más tiempo al día en el transporte público que trabajando, ni que mi moreno de trabajo es una basura.

No voy a quejarme tanto.


Voy a contaros el pedazo de verano que he tenido ya que he estado viviendo en el mejor hotel que cualquier persona puede echarse a la cara. El hotel más exclusivo, elitista, confortable, particular y barato -sí, barato- que podáis imaginar.

No se parece en nada a este.


Habitaciones individuales, televisión, baño personal, las tres comidas al día hechas exclusivamente para ti –y qué comidas-, atención personalizada, llaves propias para entrar y salir al antojo del cliente, lavado de ropa cada vez que te dé la gana, y un largo etc.

Además, la cocinera es la misma que la lavandera, la modista, y la dueña.

Sé que muchos querríais visitar el hotel, pero os aguantáis, es tan exclusivo que ha sido solo para mí.

Y el hotel se llama casa de la abuela.






Puede que algunos sí, pero otros no os podéis hacer a la idea de cómo es vivir con tu abuela tú solo –entended mi situación, durante el resto del año vivo en una casa con otros 10 seres vivos a los que quiero y he echado de menos, pero qué dura ha sido la vuelta-.

Tenía a mi abuela a mi disposición para lo que quisiera, y ay de mí si se me ocurría intentar interceder en algo de lo que hacía ella. Esos momentos en los que dices “voy a echar una mano, que lo hace todo ella”, puede que no salgan tan bien cuando a tu abuela le gusta hacerlo todo.

Y cómo lo hace…

Los que tenéis abuela lo sabéis, los que no, lo recordaréis.

Nadie, y digo NADIE, cocina como mi abuela.

Yo no sé qué es lo que hace diferente, pero algo le echa que no conoce nadie más. Ya puedo ponerme yo con una cacerola al lado de la suya, hacer exactamente los mismos movimientos que ella, echar el mismo peso de cada cosa, los mismos ingredientes en el mismo orden e incluso comerme la comida con la misma cuchara, que aquello no sabe igual.


Y no solo eso, puede prepararte cualquier tipo de plato que no te guste, echarle esa droga que le debe de echar ella y nadie más conoce, y que te comas hasta la última gota de la salsa que lo acompaña. ¡Y ay de ti como te vea con cara de hambre! No seas insensato, si estás lleno, demuéstralo, si vas de duro acabarás más lleno que el neceser de Mcgyver.


Como síntoma de toda abuela que se precie está la pregunta de: ¿y tú a tu novia cuando me la presentas? De antemano, por tu cara, sabrá si tienes novia o no. Si no tienes, no le mientas. Lo sabrá. Te conoce como si hubiera parido a tu madre. Si tienes, la has cagado, ahora tendrás que presentársela. 

Solo hay una cosa más exigente que una mujer, y es la abuela de cualquier hombre.

Cuando llevas un mes y medio con tu abuela, te das cuenta de que te gana tanto en discusiones como en partidas de cartas. Nunca, y digo NUNCA, apuestes dinero contra ella. Mi hermana y yo cometimos ese error. No pudimos cenar con amigos esa noche, estábamos sin blanca.

Pero eso tu abuela lo sabe y ya te dará unas perrillas de estrangis, o te mandará a comprar huevos con un billete de 20 euros sabiendo que cuestan dos.


No hay un solo lugar mejor que la casa de tu abuela para vivir. Pero luego te visita la familia y rompen tu pompa de felicidad y amor, cuando estabais tres en casa, llegáis a estar diecinueve, y no es que el amor se reparta, es que los pequeños siempre ganan, así que sal de casa y llora la derrota por las esquinas.




Es muy famosa la frase de: los abuelos deberían ser eternos. Sí y no. Los abuelos molan, y mucho. Pero tienen que pasarnos el relevo, yo quiero ser como mi abuelo y tener a alguien como mi abuela al lado. Pero antes le toca a mis padres, y que lo disfruten mis hijos. Y a ver si nuestras futuras parientas se comportan. 


Chicas, poneos las pilas, las abuelas dejan el listón muy alto.
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