lunes, 6 de mayo de 2013

Un grito susurrado.

Te alegrará saber que, gracias a esta sinrazón surgida del cambio y conversión de mis valores, ya casi no me da tiempo a pensar en más allá de mí mismo. Te sabrá a poco la inmutabilidad de mi respuesta, la ausencia de mi cariño, la tibieza de mi mirada y la insólita frialdad en mis manos.
Te alegrará pero te sabrá a poco, te sabrá a poco pero harás de tripas corazón. Un afán desacostumbrado, la sonrisa forzada, convirtiendo lo mediocre en regalo. Sí, ésto es lo que sobrevive de aquel todo. Si suplico un ápice de imaginación en ti, un esfuerzo desencaminado, la lectura de lo ilegible, dos pasitos hacia delante, más tarde resbalarte, si perduras empujarte, y hacer de tu lucha un gesto en vano.
Mis gritos no retumban ni aquí ni allá, no hay señal de tabúes ni de condenas, ni rastro de orden o mandato, nadie decretó privación alguna. No hay mordaza ni cadenas en mis brazos.

Si callo es por crecer, si crezco es porque callo.



Ábrelo, ábrelo despacio. Di, ¿qué ves? Dime qué ves, si hay algo. Un manantial breve y fugaz entre las manos. Toca afinar, definir de un trazo. Sintonizar, reagrupar pedazos en mi colección de medallas y de arañazos. 

Ya está aquí, ¿quién le vio bailar como un lazo en un ventilador? ¿Quién iba a decir que sin carbón no hay reyes magos? ¿Quién iba a decir que sin borrón no hay trato? Aún quedan vicios por perfeccionar en los días raros. Los destaparemos en la intimidad con la punta del zapato. El futuro se vistió con el traje nuevo del emperador.
 

Nos quedan muchos más regalos por abrir, monedas que, al girar, descubran un perfil.
Ya empieza el celofán, y acaba en eco. 


No sé si es el frío o la ausencia del calor, pero sin una cosa no existiría la otra.


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