Nos equivocamos desde el
principio, desde que buscamos la felicidad fuera de nosotros; desde que alguno
dijo aquello de que la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas. Lo siento,
pero no; ni en las pequeñas ni en las grandes. Ni en pequeños yates, como diría
Groucho.
La felicidad la encontramos
dentro de cada uno, en esa lucha interna que debemos tener con nosotros mismos
por alcanzar la perfección. Pero cuidado que en el amor y en la guerra todo
vale, y esta guerra es traicionera. Es una guerra interior, propia, que jamás
ganaremos si la luchamos solos.
No, no debes tragarte a nadie
para que combata dentro de ti. Por raro que parezca, es algo más complicado que
eso. Debes encontrar algo externo que tenga tanta influencia en ti como para
cambiarte interiormente. Y de nuevo una trampa: no siempre nos influyen
positivamente.
Pero cuando lo conseguimos, no
hay quien nos pare. Ese complemento perfecto de cada uno que hace que lleguemos
al 101%, ese Pepito Grillo que nos hace saber qué sí y qué no.
No nos confundamos, nadie debe
cambiarnos. Solo debemos encontrar a quien haga que saquemos lo mejor de
nosotros mismos, siendo siempre eso, nosotros mismos. Alguien que, sin querer y sin cuidado,
haga que quieras ser mejor persona. A una cuentacuentos. Alguien como Flora Infraganti. Alguien como ella.
La que te haga subir por la
escalera de bajar, la que disfrute en tu locura y haga que ésta aumente hasta
límites insospechados; la que te saque las mejores fotos porque las fotos con
ella siempre van a ser tus mejores; la que ponga cabeza en donde tú pones
corazón porque ella tiene un corazón tan grande que le llega hasta los pies. La que lleves de mochila en tus viajes porque no se te puede dejar sólo; porque
dentro de esa perfección, tú persigues ser su complemento perfecto.
Con ella ningún cuento tiene
fin, porque ponerle fin a ella es imposible.
Ella le contaba cuentos, él la
enseñó a volar.