Coraza
(R. A. E.): protección, defensa.
No
somos perfectos. Y digo más: por norma general, somos imbéciles.
Esa imbecilidad nuestra es la que hace que nos demos golpes día tras
día. No aprendemos nunca, y cada vez subimos más alto. Aguantamos
las caídas porque el orgullo siempre supera la realidad, pero las
heridas nos las comemos con patatas.
De
vez en cuando, el golpe contra el suelo es tan grande que ni el
orgullo hace que nos deje de escocer durante bastante tiempo. ¿Malo?
Quizá. ¿Bueno? También puede serlo. En este punto entra en juego la
experiencia, el aprender que las caídas duelen menos si vas bien
protegido. Es entonces cuando nos fabricamos una coraza. El siguiente
golpe no dolerá tanto, porque no dejaremos que aquello que nos hizo
daño vuelva a hacernos caer.
Es nuestra primera coraza, y solo nos protege de golpes más pequeños. Aún no sabemos usarla y puede que nos falle de vez en cuando. Podemos volver a caer, pero ningún golpe dolerá tanto como el primero. Llegaremos a ese punto de la subida de nuevo, más fácilmente que antes, ya que nos sabemos el camino y dónde está aquello que nos hizo caer las últimas veces. Pero la siguiente caída es desde más arriba, y nuestra coraza todavía no está hecha para golpes de ese calibre. Las grietas son, sin duda, más anchas de lo que esperábamos. Y nos cuesta más tiempo arreglar nuestra querida coraza. Esta vez, más gorda, no vamos a dejar que la mierda transpire y que las cosas pequeñas vayan sumando para hacernos caer. El próximo golpe, lo creemos tener casi superado.
Vamos
subiendo, despacio, fijándonos en todo y sin dejar que las piedras
pequeñas puedan hacernos sufrir por el camino. Ni de coña, yo ya lo
he aprendido. Si vienes a mí con tonterías, mi cara puede expresar
otra cosa, pero mi coraza no dejará que me afecte en absoluto. Como
dice el bueno de Rafa, tengo arte para destrozarme sin dejar de sonreír.
Podemos caer de nuevo en las últimas grandes piedras, pero la
coraza se reparará más rápidamente. Está hecha a medida y no van
a jodernos aquellos que quieran hacernos tropezar.
Cuanto
más tiempo pase hasta la siguiente caída, más rápido subiremos,
es algo potencial. Cuanto más arriba lleguemos, mejor nos
sentiremos, creemos tener la coraza perfecta.
La
siguiente caída, no nos la esperaremos. Vendrá de la nada, porque
en la vida todos estamos improvisando y como todo buen actor, hay
veces que nos trabamos. Pero ese fallo nos hace caer, y caemos desde
muy alto cuando pensábamos que éramos casi invencibles. Y el golpe
nos deja secos. La próxima coraza tardamos un tiempo en diseñarla,
debe tener mejoras y no son sencillas. Cuando la terminamos, es tan
gorda que la subida se hace eterna. No nos fijamos en nada, nada va a
afectarnos nunca más, imposible. Nos cuesta subir con tanto peso,
dejando de lado las posibles ayudas por si acaso nos meten aire en la
coraza y nos la rompen. Nuestra experiencia nos dice que nosotros
solos somos los que vamos a llegar hasta el final.
Como he dicho al principio, somos imbéciles.
Como he dicho al principio, somos imbéciles.
Y
aparecen personas en nuestra vida a las que no podemos eludir.
Personas que quieren darnos la mano para avanzar a nuestro lado,
quizá por la protección de nuestra coraza, quizá para sumar
velocidades y llegar a la cima mucho más rápido.
Pero
las personas que van apareciendo en nuestra vida no siempre usan
nuestras manos para avanzar con nosotros, ojalá.
De
vez en cuando nos encontramos con una de esas que nos convence de que
quiere nuestra mano para sumar ambas subidas, y resulta que nos
agarra para coger impulso mientras nos hacer caer. Y esa caída es la
más dolorosa. Esa caída nos va a dejar secos. Imposible, con mi
coraza no podía pasar esto. Pero pasa.
Y
más despacio empezamos a construir la siguiente.
No
tenderemos ni una mano más, no dejaremos que nadie nos toque, nadie
sabrá lo que pienso ni lo que siento, nadie me verá mi verdadera
cara ni sabrá lo que me ha costado conseguir mi coraza. No
compartiré mis secretos con nadie más, no me hará feliz nadie más
excepto yo mismo, no compartiré caminos ni atajos, no me hará caer
ni tan siquiera resbalar absolutamente nada.
Y
todavía más despacio, empezamos a subir. Esta coraza pesa una
barbaridad. Ni siquiera es bonita, nadie la mirará con buenos ojos.
Y subimos, lento pero seguros. Podemos estancarnos pero no retroceder. La subida es lenta pero la conocemos, ya tocará improvisar cuando lleguemos al récord personal. Podremos cagarla entonces, ahora no es el momento, y la coraza hará su trabajo cuando llegue el momento, estamos convencidos. Esta, sin duda, debe ser la coraza definitiva.
Y
de nuevo llegamos al último punto. De nuevo habrá alguien que nos
tienda la mano y no dejaremos ni que nos rocen. Nadie llegará al
interior de esta coraza de esa manera.
Pero
hay personas que pone Dios en nuestro camino. Personas que tienen esa
capacidad especial. Abren nuestra coraza y nos dejan tiesos. Miedo es
la palabra que define esta nueva improvisación. No queremos que nos
hagan daño, y mucho menos que nos hagan caer. Pero nuestra coraza es
la que manda, y esta persona la abre como si tuviera cremalleras.
Estaba hecha a medida, y nos la dan de sí. No podemos asustarnos
más, esto no puede ser bueno, ahora entrará mucha más mierda y
pensamos que volvemos a nuestros inicios, a la imbecilidad que nos ha
caracterizado durante mucho tiempo.
Pero son personas especiales. Tras abrir nuestra coraza, nos enseñan la suya, y mola un montón. Hay que darlas de sí, pero pueden coincidir si ponemos de nuestra parte. Y, con su coraza y la nuestra siendo solo una, cerramos cremalleras. Nadie puede con esta coraza. Sin duda es la definitiva, y cada día se refuerza más sin necesidad de golpes ni caídas. Solo debemos aprender a darle forma, y es un trabajo del que ya hablaremos.
Y
nuestra coraza llegará a su fin.
Sin
duda, la conclusión que sacamos tras golpes, caídas, tiempos de
espera, experiencias vividas, sonrisas perdidas, sucesos que merecen
la pena y muchos otros que merecen la alegría, es:
-La
mejor coraza es la que tiene nombre y apellidos.