Sí, tengo 21 años. Estoy en esa época de equivocarme, hacer
el idiota, cagarla, reírme, joder y volver a reírme. Acercarme a algunas
conocidas y a muchas más desconocidas. Intentar conocer a todo el mundo, porque
cuanto menos desconocidos menos opciones de aburrirme. Intentar ligar mucho y
ligar poco. Enamorarme y desenamorarme, enamorarlas y desengañarlas. Seguir riendo mientras la sigo cagando.
Importarme sólo el presente y encerrarme en mi mundo de yupi donde basta con cumplir unas responsabilidades mínimas y saber
que si la vida que llevo me hace feliz durante los próximos cinco minutos es
que es la vida correcta. Disfrutar de todo porque si algo me ha hecho sonreír
es algo de lo que no me debo arrepentir. Fijarme un objetivo y luchar a muerte
por él, aunque sea el objetivo equivocado. Luego me doy cuenta, me rio, y me
fijo otro objetivo para, efectivamente, volver
a cagarla. Tengo el mundo en mis manos.
No estoy orgulloso pero joder, tengo 21 años, si existe
algún momento para hacerlo es éste, ¿no?
Me gusta ver la vida como un laberinto que solo tiene
caminos rectos. Miles de caminos rectos que salen del mismo punto de partida,
tú. Miles de caminos rectos hechos de paja, de material moldeable a nuestro
antojo con baldosas amarillas y con
un sinfín de finales de, para que engañarnos, mierda.
Pero hay un camino de acero, un camino estrecho y oscuro. Ese camino cuyo final es una
gran luz que nos llama mucho, pero no es fácil verla. Siempre recibimos hilos
de luz prestados de ese Rey Sol que
está al final de un camino de acero con suelo de barro, pero nos gusta
demasiado la mierda como para fijarnos en una luz que está demasiado lejos para
nosotros.
Esta es la situación: nos encontramos delante de tantos
caminos en los que movernos que no vemos que el camino de barro es el mejor. Sí,
es barro, cuesta pisarlo y nos vamos a manchar, pero una vez ahí te das cuenta
de lo que te gustan las manchas.
Pero la cosa está jodida. A todo el mundo nos llaman las
baldosas amarillas y nos sentimos cómodos andando por ahí, incluso taconeamos
si se nos da la ocasión. Pero a medio camino el tacón se desgasta y debemos
descalzarnos. Además, empezamos a ver que el final de camino tiene tanta mierda
como para hundirnos, y ya no tenemos ni zapatos para soportar la más mínima
suciedad.
Ahí es cuando empezamos a recibir los hilos de luz que ese Rey Sol nos envía día a día.
Sabemos lo que tenemos que hacer, pero llevamos demasiado
tiempo andando cómodamente sobre suelo sólido como para saltar al camino de al lado lleno de barro.
Y es que a veces hay que caer para crecer, callar para hablar y entregarse para ser libre.
Por muy cerca que andes de ese camino, no existe ningún
atajo. Debemos volver al principio a calzarnos
las botas correspondientes y luchar contra el barro que nos vamos a
encontrar por el camino. Porque llevamos unas botas bien grandes, pero no son
botas antibarro, nos vamos a manchar y
mucho. Las botas no nos quitan esas manchas, las botas son para aguantar todo
lo que tengamos que pisar.
Y empezamos ese camino de barro que no queremos llamar
felicidad por miedo a que nos juzguen. Desde el principio y con buena letra. Cagándola
de vez en cuando pero siendo constantes, porque si no lo eres, está claro que
te has equivocado de nuevo de camino.
El camino no es tontería, no vamos a encontrarnos flores ni
regalos, pero tampoco vamos a ir solos, porque el 100% de las veces que nos
corregimos ha sido por algo o por
alguien que nos ha dado una colleja y nos ha dicho “¡eh, idiota! ¿Qué estás
haciendo? Ven por aquí, anda…”.
Y nos fiamos. Porque hay que fiarse. Y volvemos y empezamos
el camino a oscuras y a tientas, pero agarrados a otra mano.
Cuanto más avanzamos por el camino más fácil nos resultará
seguir, pero no serán menos los dragones
que nos vayamos a ir encontrando. Pero los
dragones se pueden vencer. ¿Cómo? Con nuestro propio dragón. A medida que
avanzamos vamos dando de comer a nuestro dragón personal. Nuestro dragón come decisiones, y depende del tipo que sean
su actitud nos ayudará o irá en nuestra contra. Y cuando nuestro dragón se
cruza con otros, más vale que haya comido bien, que las decisiones que hayamos
ido tomando no sean de esas que hagan que el dragón nos dificulte el camino
sino del que nos ayude a vencer a más dragones que siempre, SIEMPRE, vamos a
encontrarnos.
Tenéis razón, los dragones no existen. Pero repito, los
dragones se pueden vencer.
Y seguimos llenándonos de mierda cada vez más convencidos de
que queremos arder en ese Sol que
cada vez nos da más luz.
Sí, tengo 21 años. Estoy en esa época de luchar contra el
temporal, rodearme de gente de la que me gustaría aprender, hacer el idiota con
ellos, reírme y seguir haciendo el idiota. Querer a la gente y cuanta más
mejor, sí. Pero también aprender a querer, que no es fácil. Enamorarnos es algo
tan inevitable como desenamorarnos, porque los dragones están por todas partes,
pero siempre mirando hacia arriba. Importarme tanto el presente como el futuro
que es tan mío como el hoy y el ayer. Abrir las puertas para que en mi mundo de
yupi entre la realidad y se convierta en el mundo de todos. Evitar aquello de
lo que pueda arrepentirme, teniendo los fallos como lecciones y las sonrisas
como recuerdos. Marcarnos el sol como objetivo sabiendo que nos vamos a llenar
de mierda. Y lo que nos vamos a divertir.
Porque sí, el Rey Sol
mola, pero nos van a putear y mucho. De superarlo sí que voy a poder estar orgulloso.