Hace dos años terminé el colegio, y uno de los mejores recuerdos
fue la graduación, en la cual, acompañado por mi gran amigo Juan Villalón, me
encargué de hacer y decir el discurso. El trabajo es de ambos, pero también de
toda la promoción, la XXX, por eso lo quiero compartir aquí, para que
cualquiera sea capaz de tenerlo y guardarlo, ya que el único que podía hasta
ahora mismo era yo, algo bastante injusto. Espero que guste y que, no solo a
los de mi promoción, lleve a recordar a compañeros y profesores de vuestra
etapa escolar. No he cambiado absolutamente nada, básicamente porque me
gustaría ver, dentro de unas cuantas entradas, mi desarrollo en el estilo y mis
mejoras, que para mejorar estoy haciendo esto.
"Buenas tardes. Muchas gracias a los miembros de la mesa, a
don J. G. por su presencia y sus palabras, al señor director, a profesores y
profesoras, padres, madres, familiares, amigos y compañeros.
Para el discurso de hoy hemos preparado los alumnos de segundo de
bachillerato una carta, como agradecimiento a todas las personas que han pasado
por nuestras vidas desde antes de que tuviéramos uso de razón hasta este
momento, profesores, antiguos alumnos y compañeros nuestros, padres, madres y
familiares. La carta dice así:
Queridos papas y mamás de segundo de bachillerato:
Gracias a vosotros hemos tenido la oportunidad de terminar una
etapa de nuestras vidas marcada por quince años en el colegio Los Olmos, y qué
mejor modo de hacerlo que con una graduación a la que tengamos como invitados a
nuestros padres, esas personas que durante toda nuestra vida nos han
acompañado, en lo bueno y en lo no tan bueno.
En estos quince años hemos aprendido a leer, escribir, sumar,
restar... pero además hemos recibido una formación y educación de las que
podemos estar orgullosos. Esta formación en el colegio acaba con dos años en
bachillerato, esos "magníficos" cursos en los que tanto hemos
aprendido, estudiado, trabajado y querido a nuestros profesores.
Segundo de Bachillerato ha sido un año que todos recordaremos, y
no solo porque España haya ganado el mundial, que también, sino por la tensión
de los exámenes y el sufrimiento constante, pero lo hemos hecho con alegría y
sonriendo, con lo que hemos conseguido que todo haya transcurrido de forma
amena y agradable.
Lo creamos o no, y lo queramos o no, dentro de poco empezaremos a
echar de menos las ocho horas diarias sentados en esas comodísimas sillas
blancas, y los madrugones a las siete y media de la mañana para ir a nuestro
querido colegio, pero, sobre todo, a los que echaremos de menos será a esos
fantásticos profesores que nos han hecho la vida mucho más divertida y fácil
con tantos exámenes, a esos jefes de día que tanto han disfrutado en nuestra
puerta con la agradable melodía producida por nuestras gargantas. Echaremos de
menos a Susana que siempre con serenidad y amabilidad nos ha atendido.
También estamos seguros de que durante nuestra estancia en la
universidad pensaremos lo cómodo que sería ir todos con ese maravilloso polo
azul, o esa camisa tan elegante que conjuntaba a la perfección con esos
coloridos pantalones y esa corbata tan poco llamativa. Y apreciaremos el
momento en el que algún que otro profesor nos hizo saber lo mucho que
ligaríamos con chaqueta y corbata. Todavía esperamos que esa afirmación se
demuestre...
Nosotros no seremos los únicos que echaremos en falta todo ésto,
porque esperamos que los profesores que hemos tenido durante estos años también
echen de menos nuestros cánticos africanos, nuestros himnos futbolísticos,
nuestros juegos con las mesas y sillas, nuestros periódicos gratuitos, con sus
respectivos sudokus, los botones de la camisa desabrochados, la camiseta
interior visible por debajo de la camisa, descuidada y a la vez elegantemente
salida del pantalón, y el nudo de la corbata a la altura del cuarto botón, todo
ello acompañado de la siempre ausente chaqueta con, en algunas ocasiones, el
escudo bordado.
Una de las cosas que más nos han gustado de todo bachillerato ha
sido nuestro viaje a Roma, donde descubrimos su grandeza y la historia que la
acompaña. La convivencia fue uno de los pasos previos a uno de los momentos más
importantes de nuestras vidas: la confirmación, ese día tan importante en el
que todos fuimos protagonistas.
Esta convivencia nos sorprendió desde el principio por el simple
hecho de ir toda la clase en avión, las azafatas no daban a vasto. Iniciamos
nuestra visita en el mismísimo Vaticano, pasando por la Fontana di Trevi y
contemplando lugares como el Castillo de San Ángelo y llegando por la Vía del
Corso al mismísimo Coliseo, todo ello acompañados de una guitarra, pocas horas
de sueño, muchas de autobús, y ganas de disfrutar de la cultura italiana, tanto
gastronómica como socialmente hablando, aun que al final comiéramos más kebabs
que pizza y pasta.
No fuimos los únicos que disfrutamos de esta magnífica
experiencia, ya que nos honraron con su presencia profesores de la talla de don
Ignacio Perlado, con sus conocimientos del arte, don José María, don Santiago y
don Benigno.
Todo el mundo puede preguntarse cómo es posible que estos
profesores que nos han acompañado en nuestras diversas aventuras sigan vivos.
La respuesta más evidente y acertada es, obviamente, por sus poderes.
El poder que nos asombra a todos, desde nuestros comienzos en el
colegio, es el de don Santiago Liras. Este profesor tiene dos poderes
increíbles. El primero es la capacidad de cumplir años y no envejecer. El
segundo y más sorprendente, es el de la omnipresencia, su capacidad de pillarte
en el último piso, y al salir tú a la carrera hacia abajo, verle subir y acabar
castigado a la par que sorprendido. Sobre este poder existen varias leyendas
urbanas. La que oímos todos desde pequeños es que tiene un hermano gemelo que
está siempre rondando por el colegio, pero la más asombrosa, y cierta, es la de
los pasillos secretos que sólo él conoce, y que hacen que se mueva por el
colegio a placer.
Otro hombre con poderes es nuestro queridísimo profesor encargado
don Francisco, capaz de sacar bromas de la historia, esa gran señora, donde
nadie más las ve, ni siquiera nosotros, que somos, como él dice, la derechona.
Como profesor especial también está don Ignacio Perlado. Qué decir
de él... simplemente, tiene el don de la infinita paciencia.
El profesor con el poder más especial, no podía ser otro que don
José María Pérez, cuya mirada posee el don de la parálisis total de todos los
miembros. A lo largo de los años ha ido perfeccionando su arte. Cuando lo
descubrió, podía hipnotizar a personas pequeñas, de una en una. Sin embargo
este año ya ha llegado a un nivel superior. Ha conseguido paralizarnos a toda
la clase con un solo vistazo.
Pero no todos los poderes son positivos, como en el caso de don
Juan Gómez Blanes, cuya capacidad de no perder nada, y sin embargo no encontrar
sus cosas, le han llevado a momentos incómodos y discusiones absurdas. Por
suerte acaba encontrando soluciones, y en algunos casos sus pertenencias
aparecen como por arte de magia.
O como Mr. Phillip, simplemente capaz de hacer que aprendamos otro
idioma, y que le entendamos mejor en inglés que en español.
Además, en el profesorado, podemos encontrar otro poder increíble,
no solo dentro del colegio, sino en todo el mundo, ya que se encuentra el único
hombre capaz de hacer más de una cosa a la vez. Don Antonio Milán es capaz de
sonreírnos, castigarnos, y explicarnos el por qué de un modo que llegamos
incluso a entenderlo, todo al mismo tiempo.
No todos los poderes de los profesores de bachillerato son
especiales. También tenemos profesores que destacan por sus inventos. Éste es
el caso de don Luis Valdivieso, una persona capaz de crear una máquina para
organizar, en la lavadora, los calcetines de una familia numerosa.
Antes de llegar a bachillerato, todos los alumnos pasamos por la
E. S. O. Esta etapa consta de cuatro años, como poco, y comienza con el momento
de la vida que todos los padres temen, la edad del pavo. La gente que todavía
piensa que seguimos en esa edad, se equivoca, o simplemente no nos conocía con
trece años. En esos momentos nuestras experiencias eran escasas, y nosotros no
lo podíamos permitir, necesitábamos saber más. Lo primero que nos preguntábamos
a esa edad era qué ocurriría si llevábamos la contraria a los adultos. Aun que
todos descubrimos que el ressultado no era bueno, le cogimos el gustillo, tanto
en casa como en clase.
Los profesores que tuvieron que sufrir nuestra etapa dura, no
fueron otros que don José Ramón, que ya no está con nosotros, don Rodrigo Ares,
que solo se le ve en carreras escolares, don Juan que debió cogernos cariño
porque aquí sigue, y don José María, de quien ya sabíamos que lo de llevarle la
contraria no era conveniente, siempre gana él.
Esa edad fue dura también para nosotros, por eso actuábamos de
formas extrañas. Nuestros primeros cigarros, las primeras notas malas, los
consecuentes castigos, las primeras quedadas, no sin antes pediros dinero, y el
descubrimiento de un nuevo mundo, el de las niñas... aun que ésto da para
largo, ya que este "nuevo mundo" nunca termina de descubrirse.
En esas edades ya sabíamos que en la vida debíamos tener
prioridades, y nosotros conocíamos perfectamente las nuestras: el fútbol y las
convivencias. Año tras año íbamos a nuestro tutor con la misma frase: ¡Este año
toca convivencia! En toda la E. S. O. solo tuvimos una, los de segundo nos
íbamos a Torreciudad, pero lo bien que nos lo pasamos nos sirvió a todos. Aun
así, en tercero, volvimos a pedir otra, pero no funcionó.
Torreciudad fue una experiencia inolvidable, porque en pocos días
nos dio tiempo a muchas cosas, desde visitar el santuario, donde le regalamos a
la Virgen unas poesías, hasta pasar el día en Port Aventura, donde se descubrió
que la clase se divide en dos tipos de personas: los valientes, y los que ponen
excusas como mareos, o cansancio. Desgraciadamente, solo tuvimos un día para
disfrutar de las atracciones. Tras esto iniciamos los dos cursos previos al
bachillerato, que comenzaron con nuestra primera gran decisión: ciencias o
letras, ésto significaba ser de los listos o irse a ciencias.
Pero para llegar a secundaria no bastaba con tener los doce años,
debíamos terminar una etapa larga y durísima, primaria. Primaria consistía en
seis años en los que tres de ellos, de primero a tercero, nos dedicamos a
aprender jugando, ya fuera con ordenadores, con canciones, con guitarras, o con
un simple dedo que hacía de cohete. Esta dura etapa teminó con la primera
comunión.
A partir de cuarto fue todo mucho más difícil y complicado.
Empezando por los inverosímiles partidos de fútbol, donde todos nos sentíamos
Maradona, jugando seis clases a la vez en un mismo campo, siempre bajo la
atenta mirada de nuestra querida Virgen María situada en lo más alto del patio.
Incluso dejamos los lápices para pasar al boli, nos quitaban nuestros juguetes
si nos los llevábamos a clase, y debíamos esconder nuestras cartas Magic para
jugar solo en el recreo. En sexto de primaria tuvimos nuestra primera
convivencia, nos fuimos a Valencia, donde probamos el sabor del café, empezamos
a rapear, y ya se nos notaba un poco el pavo. Los profesores de esos cursos ya
nos avisaban de la dureza de la E. S. O., como don Melquiades, que nos borraba
el segundo apellido, y nos castigaba sin sus inexistentes partidos de fútbol
durante la clase. Pero fue con don Carlos Blanco, junto a su colección de
mariposas, y con don Luisma, y su ritmosa frase "menos samba y más
trabajar", con quien terminamos exitósamente nuestra educación primaria.
Aún así, la mejor fase de nuestra historia en el colegio fue antes
de todo ésto, en aquellos momentos que a todas vosotras, las mamás, os gusta
recordarnos. Esos enfados matutinos en los patios de infantil en los que María
Rosa y María Antonia nos esperaban, esos lloros porque queríamos con nuestra
mamá, y esos pantalones con nuevos agujeros cada vez que llegábamos a casa.
Pensar lo cerca que queríamos estar de vosotras a esa edad, y lo mucho que
queremos alejarnos ahora de casa, usando cualquier excusa. Durante los tres
años que estuvimos en infantil, aprendimos, a base de canciones, nuestras
primeras palabras en inglés. Gracias a los bloques, vimos quién tenía futuro en
la ingeniería. Y con nuestros garabatos, resaltaban las promesas en la
arquitectura. Y también había algún que otro futbolista que nos enseñaba su
estilo golpeando a las piernas de las profesoras. Quién iba a pensar que
nuestros patios de arena acabarían siendo un polideportivo, aun que quizá la
espera haya sido larga.
Durante esa edad no nos dábamos cuenta de que estábamos delante de
unas personas muy importantes en nuestras vidas: las profesoras de infantil.
Desde María Rosa y María Antonia en primero y segundo, hasta Merche y Fina en
nuestros últimos años con siesta en el colegio. Esas señoritas eran nuestras
segundas madres, las que nos cuidaban y mimaban cuando no estábamos en casa,
las que nos enseñaron a contar y vocalizar.
Y ahora vosotras, mamás de bachillerato, os reunís quince años
después, con los mismos niños, algo más mayores en apariencia, pero igual de
críos en el fondo. Seguimos disfrutando de las mismas diversiones que cuando
teníamos tres años, aun que ahora intentemos disimularlo. Seguimos echándoos de
menos cuando estamos un tiempo sin vosotras, y seguimos adorando vuestra comida
por encima de cualquier Mcdonald o Telepizza.
Por último, de nuevo agradeceros vuestra presencia, porque siempre
habéis estado ahí, apoyándonos en nuestros triunfos, animándonos en nuestros
fracasos. Por ser vosotros, por ser como sois, y porque sabemos que siempre
seréis así.
Muchas gracias y buenas noches."