martes, 28 de abril de 2015

La teoría de las 35 páginas




En el colegio tuve un profesor que creó la teoría de las 35 páginas. Decía que él se leía un libro hasta la página 35, si entonces le había gustado algo, seguía. Si, por el contrario, no veía o había visto nada en él, lo dejaba. “En mi casa tengo una estantería llena de páginas-35”.

Y es que, para leer, cada uno tenemos nuestra forma de actuar.

Los hay quienes ven la portada del libro, su contraportada, y entonces juzgan si les gusta o no. Ya si eso lo abren. Ese tipo de gente me pone de los nervios: los superficiales, los que eligen los cereales por el color y no por el sabor, incomprensible.

Algunos son algo más valientes e inteligentes- no lo suficiente- y deciden abrirlo y juzgarlo con fundamento. Varios desistirán en cuanto vean cosas que no les gustan, un mínimo defecto, porque no existe el libro perfecto, y se rinden. Ya abrirán otro.


No se dan cuenta de que lo que ahora es defecto, en diez páginas puede ser virtud. Se quedan en las primeras páginas y se lo pierden. Cobardes, no hay otra palabra.

Otros van viendo conforme avanzan que casi todo lo que hay les gusta, y lo que no les gusta se hace soportable. Quizá te lo termines y no sea tu libro favorito, te habrá gustado pero no querrás repetir. Una vez que lo dejas, repetir es de pobres. Porque a veces no basta con que un libro sea bueno para que sea tu libro.

Porque tu libro no acaba nunca. Sabes que está ahí para leerlo mil millones de veces. De él aprendes cada vez más y lo pasas cada vez mejor. No, no es el libro perfecto, ya hemos dicho que no existe, pero hasta el detalle “menos bueno” lo estás esperando con ansia.

Cuando encuentras un buen libro, lo lees y lo relees, aun conociendo esas partes que te gustan menos.



Lo mismo pasa con las personas. Poco a poco vas descubriendo las partes que te gustan más, las que te gustan menos y las que te enamoran. Y a esas personas las relees, porque cuando una persona te gusta, hasta el más mínimo detalle malo se hace soportable, y los buenos se hacen cada vez mejores. Y no tienen por qué ser el libro o la persona los que cambien, eres tú.

Porque enamorarse es como llevar un peluquín. Tú lo sabes, los demás te lo notan.

Y recuerda, a nadie le enamora un libro por su portada y a muy pocos desde la página uno. No seas un superficial ni un cobarde.

Los libros, como a las personas, hay que trabajarlos, ¡a la mierda la teoría de las 35 páginas!

miércoles, 22 de abril de 2015

Un verdadero caballero



Y es que una de las frases más escuchadas hoy en día es: “ya no quedan caballeros”. Pues lo siento, pero sí los hay. Hay tantos como señoritas, damas o como queráis llamar al término femenino de los mismos.

Si esperáis que alguien baje de su corcel y se quite el yelmo para escalar cómodamente la torre en la que os halláis prisioneras, bajad vosotras solitas, no estáis en una torre, estáis en las nubes, y no estáis prisioneras, estáis locas, locas en plan mal.


Son los rechazos de las mujeres hacia los hombres buenos los que, cargados de lejía, hacen que el azul príncipe destiña y se convierta en blanco pasota, y el blanco pasota se manche con el tiempo y se vuelva negro cabrón. No siempre somos los malos queridas princesitas.

Pero hoy no quería hablar de vosotras, sino de nosotros. Bueno, no voy a incluirme, de ellos, los caballeros.

No me vale con decir que el caballero  es el que te mira a los ojos cuando te habla. Hasta el más tonto hace eso. Un verdadero caballero no te mira a los ojos, te busca en ellos.

Un verdadero caballero es eso, verdadero. No contigo, no con las mujeres ni con el resto del mundo. Es verdadero consigo mismo. Es coherente con lo que hace, lo que piensa y para con lo que dice. Ese que cuando habla lo hace para ti y para sí mismo. El que piensa las cosas antes de hacerlas, pero porque sabe pensar.

Un verdadero caballero es eso, uno. Es uno y está para una, no para cien ni para mil, ni tan siquiera para dos. Un verdadero caballero tiene ojos para una sola mujer, y no porque no quiera más, sino porque no necesita más, no llega ni a planteárselo.

A un verdadero caballero se le reconoce en una conversación, no por lo que dice sino por lo que escucha. Si te busca en tus ojos es porque te escucha de verdad. Y eso se nota en las respuestas. Aquí no vale con el típico “sonríe y asiente”, eso se lo dejamos a los tontos, que mejor calladitos disimulando su estupidez que hablando y demostrándola.

Un verdadero caballero no es aquel que te tiende una mano cuando te caes. Él prefiere sonreír, tumbarse a tu lado y explicarte por qué debes levantarte y seguir. Y cuando decidas seguir, él te ofrecerá hasta el hombro si es lo que hace falta.

Un verdadero caballero conoce sus tres verdades universales. La primera, que a un caballero le educa una reina para que, con ayuda de otra, él eduque a futuras promesas. La segunda, sabe que la segunda mujer más guapa que va a ver en su vida es su esposa, por debajo de su esposa el día de su boda y por encima de su esposa recién levantada. La tercera es que el trabajo, sin pasión, no es trabajo sino exclavitud. Un verdadero caballero ama lo que hace las veinticuatro horas del día.

Y sí, por si lo echáis de menos, un verdadero caballero te sujeta la puerta al entrar o salir, pero esa es la parte más fácil, buscad más en ellos y exigídselo.


Sólo una recomendación, para terminar: tened cuidado, no son tan fáciles de encontrar y algunas les llamaréis AMIGOS.

jueves, 16 de abril de 2015

Mejor solo... que contigo

Soy una de esas personas no acostumbradas a pasarlo mal. Gracias a Dios, supongo. Quizá se deba al hecho de que no dejo que cualquier se acerque, puede ser ese el secreto, no lo sé.

Sin embargo, si algo he aprendido a lo largo de mis, casi, veintidós años de vida es que: a montar en bici, a nadar y a vivir se aprende haciéndolo. ¿Quieres montar en bici? Súbete a una y cáete diez, cien o mil veces. Aprenderás cayendo. ¿Quieres nadar? Salta a la piscina y traga agua. Aprenderás tragando. ¿Quieres vivir? Pues vive y falla. Aprenderás fallando.

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A ninguno nos gusta comer asfalto, tragar agua ni pasarlo mal, pero nadie nace sabiendo y así es como funciona esto. Yo, al igual que todos, vivo por primera vez, y siempre he pensado que se me da de culo. No dejo de fallar, sufrir y seguir fallando. Sin embargo, me doy cuenta de que a muchas cosas les estoy cogiendo el tranquillo. Sufrir me sirve para aprender de mis errores.

La vida nos va dando distintos golpes, con la mano abierta y siempre de revés, al más puro estilo RockNRolla. El que haya visto la película me entenderá, un guantazo made in Archy, para los que no, aprended:



Y tras recibir multidud de guantazos de esos que nos transportan a nuestra infancia, y evaluando lentamente cada uno de ellos, repetiría todos menos uno:

El tuyo.

Golpe tras golpe he aprendido a ir levantándome. He fallado muchas veces, una infinidad, pero creo que no voy tan mal. Aún así, contigo, no aprendo, ni aprendí ni aprenderé. No te puedo llamar error, porque fui feliz. De esa felicidad tú sacaste dudas, miedos e inseguridades en mí. Tu guantazo me tumbó y me ancló al suelo y, tras un tiempo ahí tirado, solo puedo decir que he aprendido una cosa:

Mejor solo que contigo.

Y es que hoy, de nuevo, me han dicho que si no tengo novia es porque no quiero. Puede ser. No es que tenga a mil detrás de mí arrastrándose rollo The Walking Dead y yo vaya por la vida pegándoles tiros en el cerebro- viva el romanticismo-. Ni es así ni me gustaría. No quiero mil detrás, quiero una al lado.

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No sé quién es esa una, pero ya te digo, prefiero solo que contigo, otro revés de los tuyos yo no lo aguanto.
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